“No es pequeña lástima y confusión que no nos entendamos a nosotros mismos, ni sepamos quien somos ni qué cosa somos, que nos detenemos en estos cuerpos, y así, a bulto, por lo que hemos oído y nos dice la fe, sabemos que tenemos almas. “ Teresa Sánchez de Cepeda Dávila y Ahumada: Santa Teresa de Jesús.
Siempre me he sentido atraída por la experiencia trascendente y el misticismo, quizás de muy pequeña me tocó acercarme a las puertas de la vida y la muerte y estos hechos provocaron en mí una fascinación inusitada.
Esos lugares comprendidos entre la fe y la oración no fueron refugios, fueron lugares de riqueza experiencial donde me observaba desde muchos prismas y adquiría conocimiento de lo que realmente me desbordaba la emoción: la diversidad de la experiencia humana.
Algo empezó a romperse al intuir dolor y sufrimiento alrededor de algo que sentía tan hermoso, había una verdad que se partía en mil pedazos cuando percibía que el gozo y la dicha no era aquí, era lo que esperábamos allá…
Entonces un tufo oscuro rodeaba el misterio y la oración se tornaba lamento.
Cuánta esclavitud y libre sacrificio, cuánta abnegación y renuncia de la felicidad.
Y es que al descubrir tanto mensaje que proyectaba dolor en mi ser e incoherencia en la experiencia, me fui alejando, desde la negación, de esos espacios que en su origen me producían tanta revelación personal.
Mi cuerpo me fue contando y, a medida que sanaba, las capas de dolor se desprendían para verme con más y más dicha en este aquí, porque para qué esperar al allá.
Amé el instante, la inocencia, la verdad generosa de lo que somos… y las comisuras de los labios se dirigieron hacia arriba en ese “ajá” tan esclarecedor. Y me fui acercando al sentido de la trascendencia desde la carcajada interna, el amor presente y la reivindicación del placer generador de Salud y alegría.
Siglos de inquisidores martilleando nuestras células, con mandatos de acceso al gozo a través de la sublimación del dolor, han dejado en las mujeres la vivencia del sufrimiento como única vía para adquirir reconocimiento.
Soltar el esfuerzo que implique sacrificio, 
entregarnos al gozo del instante y alquimizar a través del movimiento erótico fueron motivos de hoguera… así que, con los siglos de represión, las mujeres aprendimos a ceder en vez de tomar, a bajar la cabeza en vez de mirar al frente y a aguantar en vez de gozar.
Tantos siglos de sufrimiento estamos limpiando.
Tantos siglos de hacernos pequeñas para que se nos viera.
Que ahora cuando somos visibles, reconocidas en nuestra labor y nuestra religión es la revolución de la alegría pueden asaltarte de una u otra manera para que no sobresalgas.
Pero aquí estamos decididas a seguir gozando la única vida que nos regalaron, a experimentar el éxtasis de habitar nuestros templos y celebrar el nirvana que estos benditos cuerpos están preparados para alcanzar.
Porque se acabó el dejarlo para luego, para otra vida u otra oportunidad. Se acabó el reconocimiento a través de la herida y la abnegación como forma de hacernos visibles.
Nada que conquistar lejos de lo que ya es.
Nada que admirar en el martirio.
La transformación femenina profunda es vivirnos del dolor al placer.
Esa espiral interna del gozo aquí.
Sin esperar a que suceda nada más.
Esa oración de entrega a la fe de la sanación, a la belleza del misterio que en sí mismo está siempre para beneficiarnos.
Esa confianza en que en estas valiosas células formadoras de tejidos formadores de estructuras formadoras de órganos formadores de sistemas…
Ahí.
Reside el auténtico milagro.
La vida renaciendo en cada instante.
Eso sí que es divino.
♥
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